mardi 17 mars 2015

Onéiros


Nina despierta de un sueño y poseída por un sinfín de metáforas fotográficas, escribe:

Cojo una metralleta y le doy al gatillo sin parar. Realeza atómica. Mala leche condensada. Miles de imágenes pasean vertiginosamente por mi mente. Vomitera matutina. Asquerosidad inmunda e innombrable. Fecundación in vitro de polluelos descuajados. Horripilante desvergüenza. Desnudos cárnicos amontonados retozando bajo el son de sinfonías wagnerianas. Peliagudo. Risa desconcertante. Dolor penetrante. Intentos fallidos de autocompasión. Enésimo cigarrillo. Honestidad tremebunda y nauseabunda. Deseo de desatornillar esa clavija consternada. Furor en saltos, lágrimas y desfachatez. Apetito colosal de certeza empaquetada. Puta tele de mierda. Humo encolerizado. Y de repente, tú. La verdad desenmascarada. El dolor de un parto. Esa nota. Amarillo cirrótico. Pesadumbre charlatana. Un cable larguísimo, viejo. Dos amantes que se cruzan, sin verse. Uno se gira, latiendo amor. El otro mira hacia el lado opuesto. Jamás se encuentran. Incomunicación absurda. Lazo desanudado. Habitación inhabitada. Dos gemelas alemanas barbudas. Muy altas, de ojos muy grandes. Tomatina ensangrentada. Diez mil lanzas en la aorta. Racionalidad impertérrita. "Me conviene, no me conviene". "Me conviene, no me conviene". "Me conviene, no me conviene". Vertedero donde desembocan todos los arroyos de palabras bonitas, ternuras indecibles, sexo divino y sentimientos mágicos. El Amor, hundido entre despojos y podredumbre.


George Grosz, The City

mardi 10 mars 2015

Nina's love seeking. Part II


De tanto buscar, entre los cristales del autobús, el segundo dudoso de una mirada al cruzar la calle, entre paseo y paseo, café y café; un día Nina encontró el Amor.

Éste, sin saludarle ni pedirle permiso, de improvisto -él es así de granuja y descarado- la poseyó hasta extenuarla, sin sosiego. Mientras Nina yacía todavía extasiada y apetitosa, Amor se instaló -para quedarse- en su pequeño cuerpo sediento de deseo. Nina se sentía preparada para amar, creía dominar el arte del amor. 

Nunca se había imaginafo más feliz. Durante un tiempo, no tenía más preocupación que la de reír, soñar y hacer el amor.

Pero poco a poco, llegó el venenoso Miedo. Éste era un tipo listo, una cabeza pensante que venía escoltado por un ejército de arrasadores sin escrúpulos. Amor, el eterno niño, puro e inocente, se hizo pequeño y cedió a las demandas de Miedo, que cada vez eran mayores.

Como un lienzo de Grosz, Nina empezó a sentir cómo se desvanecía su esencia. Miedo iba absorbiendo su parte más íntima, su manantial secreto. Pronto Nina se encontró fuera de sí misma, andando sola por un paisaje inhóspito, dominada por el sádico e irracional Miedo.

Amor vivía atemorizado bajo las órdenes de su insaciable superior y su fuerza iba menguando. Su brillo se había vuelto mate y su voz, antes destelleante y viva, apenas se distinguía ahora entre los aullidos de Miedo.

Con el tiempo, por falta de cuidado y de víveres, Amor se fue secando como una pasa, decepcionado y triste. Miedo, el eterno goloso sin límites, lo engullió. Asombrosamente, Nina notó su ausencia de manera desmesurada. Lloró a mares, sabiendo que era demasiado tarde para reanimarlo.

Entonces, provista de una fuerza ancestral cuyo origen le era todavía desconocido, Nina empezó una férrea lucha con el despiadado Miedo. 

Tenaz e impetuosa, Nina fue deshaciéndose de Miedo, que aunque se las daba de duro, su fundamento era pobre y sus bases arenosas. Empezó a tomar sólidas resoluciones y a mirar por ella. Fue entonces cuando Nina empezó, tímidamente, a reconectar con el Amor más importante: el propio.