vendredi 26 juin 2015

El Bar de Pepe 3

Me gustaba pensar que aquel camarero era el mismísimo Pepe.  En ese instante estaba secando los vasos empañados con un viejo trapo. Interrumpió su tarea y levantó la mirada. Antigua, ojerosa y cansada, aunque todavía humana y alerta. Sus ojos grises de mirada contrapicada manifestaban su fatiga. A Pepe le habían mandado a la mierda muchas veces. Dio dos pasos, se acercó al ofensor y suspiró largamente. Retiró su vaso, ya vacío, y lo metió con el resto de vasos sucios, en la máquina. Apretó un botón y un ruido ensordecedor quebró por completo la tensión que, concienzudamente, aquel tipo había pretendido instaurar.

Pepe siguió con sus mecánicas acciones de barra y, a pesar de que la música folkórica estaba a todo trapo, el sonido de sus quehaceres nos angustiaba cada vez más. Sí, a mí también. Una extraña empatía hacia Poirot el engabardinado se había apoderado de mí. Quería saber quién era ese hombre, cuáles eran las taras de aquel ser, su trabajo, sus aficiones, sus amantes. Eran las 2 y 10 de la madrugada.

vendredi 12 juin 2015

El Bar de Pepe 2

Me sentía diluído en esa amalgama de personajes dispares y olor a miseria.
Siempre había creído que era en esos lugares donde uno podía llegar a la verdadera esencia de todo.

El camarero, un señor de unos cincuenta y tantos, parecía roído por la resignación de tantos años de servicio. Se había acostumbrado a no fijar directamente sus ojos en nadie. Me gustó imaginarme que sólo regalaba su desnudez ocular de vez en cuando, a alguna señorita con luz en el habla, o a algún desconocido taciturno con el alma apedreada. 

Entre la multitud, me llamaron la atención algunos individuos. El primero, con el que me rocé nada más traspasar el umbral del antro, era un señor con gabardina.

Quizás lo que me perturbaba de aquel hombre era, precisamente, su gabardina. Por un lado, estábamos entrando en el caluroso mes de junio madrileño y por otro, no encajaba con la poca elegancia de aquella congregación nocturna.

Me pregunté enseguida si aquel tipo se encontraba en una situación vital extrema, o si era fan de las novelas de Simenon, o si, simplemente, había querido perderse en ese agujero para saber quién era. Cuando yo entraba él salía a fumar y ahora, después de mi tercer trago de whisky, había vuelto a entrar y se había colocado de pie en la barra, de manera que estaba a pocos metros de mí, en diagonal.

A pesar del murmullo de esa heterogénea mezcla humana, oí al soñor de gabardina dirigiéndose al camarero.

- Váyase a la mierda -le susurró, con un tono seco y medio neutro.


samedi 6 juin 2015

El Bar de Pepe


El bar de Pepe era un bar de mala muerte. Un bar Manolo. Un asqueroso agujero de soledades nocturnas y mejunjes sospechosos. Olía a churros, a rabas, a croquetas, a brandy, y a todo un poco. Quizás era ése "a todo un poco" que lo hacía tan familiar. Esos olores en los que aparece de repente, toda la experiencia humana. Todo lo vivido está ahí, flotando en el aire.

Pedí un bourbon con un par de hielos y me senté en un taburete, en la barra. No me sorprendió lo pegajosa que estaba ni lo infectos que parecían los restos de raciones anunciándose en la vitrina. No me sorprendió porque quería estar ahí; me gustaba estar ahí, presente, jugando a ser otro. O a ser yo mismo. O a "todo un poco". Sonaba "La Leyenda del Tiempo", de Camarón. Y yo estaba más vivo que nunca.

mardi 17 mars 2015

Onéiros


Nina despierta de un sueño y poseída por un sinfín de metáforas fotográficas, escribe:

Cojo una metralleta y le doy al gatillo sin parar. Realeza atómica. Mala leche condensada. Miles de imágenes pasean vertiginosamente por mi mente. Vomitera matutina. Asquerosidad inmunda e innombrable. Fecundación in vitro de polluelos descuajados. Horripilante desvergüenza. Desnudos cárnicos amontonados retozando bajo el son de sinfonías wagnerianas. Peliagudo. Risa desconcertante. Dolor penetrante. Intentos fallidos de autocompasión. Enésimo cigarrillo. Honestidad tremebunda y nauseabunda. Deseo de desatornillar esa clavija consternada. Furor en saltos, lágrimas y desfachatez. Apetito colosal de certeza empaquetada. Puta tele de mierda. Humo encolerizado. Y de repente, tú. La verdad desenmascarada. El dolor de un parto. Esa nota. Amarillo cirrótico. Pesadumbre charlatana. Un cable larguísimo, viejo. Dos amantes que se cruzan, sin verse. Uno se gira, latiendo amor. El otro mira hacia el lado opuesto. Jamás se encuentran. Incomunicación absurda. Lazo desanudado. Habitación inhabitada. Dos gemelas alemanas barbudas. Muy altas, de ojos muy grandes. Tomatina ensangrentada. Diez mil lanzas en la aorta. Racionalidad impertérrita. "Me conviene, no me conviene". "Me conviene, no me conviene". "Me conviene, no me conviene". Vertedero donde desembocan todos los arroyos de palabras bonitas, ternuras indecibles, sexo divino y sentimientos mágicos. El Amor, hundido entre despojos y podredumbre.


George Grosz, The City