Escarcha amarillenta desborda de entre plieges epidérmicos que se escapan a la empírica racionalidad de mis sentidos.
Cadáveres de rasgos descosidos y negros. OSCURIDAD horripilante que se apodera obscena e indecorosamente de esa brizna de serenidad.
Necesidad salvaje de destrucción. Autoseccionamiento duro y despiadado. Deseo indecible de dolor silencioso, compartido, arrebatado, peligroso, casi placentero, prohibido.
Perderse en la sombra. Desaparecer en la bruma, y reaparecer como hoja bruna, como tomate rebozado de viscosas sanguijuelas asfixiadas y requemadas por un sol de mediodía.
Y entonces revivir, existir, agarrarse fuerte la piel. Coger aire. Redevenir corpóreo después de haber sido hálito, después de haber pertenecido a una sincronía etérea de felicidades negruzcas.
El malditismo de los poetas. Eterno sufrimiento plácido y consentido del artista. Arte marginal. Art brut. Arte underground. Generaciones de bohemias incomprendidas necesitadas de intemperie y de secreto.
La oscuridad persigue imperecederamente al Creador.
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