vendredi 12 juin 2015

El Bar de Pepe 2

Me sentía diluído en esa amalgama de personajes dispares y olor a miseria.
Siempre había creído que era en esos lugares donde uno podía llegar a la verdadera esencia de todo.

El camarero, un señor de unos cincuenta y tantos, parecía roído por la resignación de tantos años de servicio. Se había acostumbrado a no fijar directamente sus ojos en nadie. Me gustó imaginarme que sólo regalaba su desnudez ocular de vez en cuando, a alguna señorita con luz en el habla, o a algún desconocido taciturno con el alma apedreada. 

Entre la multitud, me llamaron la atención algunos individuos. El primero, con el que me rocé nada más traspasar el umbral del antro, era un señor con gabardina.

Quizás lo que me perturbaba de aquel hombre era, precisamente, su gabardina. Por un lado, estábamos entrando en el caluroso mes de junio madrileño y por otro, no encajaba con la poca elegancia de aquella congregación nocturna.

Me pregunté enseguida si aquel tipo se encontraba en una situación vital extrema, o si era fan de las novelas de Simenon, o si, simplemente, había querido perderse en ese agujero para saber quién era. Cuando yo entraba él salía a fumar y ahora, después de mi tercer trago de whisky, había vuelto a entrar y se había colocado de pie en la barra, de manera que estaba a pocos metros de mí, en diagonal.

A pesar del murmullo de esa heterogénea mezcla humana, oí al soñor de gabardina dirigiéndose al camarero.

- Váyase a la mierda -le susurró, con un tono seco y medio neutro.


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