vendredi 26 juin 2015

El Bar de Pepe 3

Me gustaba pensar que aquel camarero era el mismísimo Pepe.  En ese instante estaba secando los vasos empañados con un viejo trapo. Interrumpió su tarea y levantó la mirada. Antigua, ojerosa y cansada, aunque todavía humana y alerta. Sus ojos grises de mirada contrapicada manifestaban su fatiga. A Pepe le habían mandado a la mierda muchas veces. Dio dos pasos, se acercó al ofensor y suspiró largamente. Retiró su vaso, ya vacío, y lo metió con el resto de vasos sucios, en la máquina. Apretó un botón y un ruido ensordecedor quebró por completo la tensión que, concienzudamente, aquel tipo había pretendido instaurar.

Pepe siguió con sus mecánicas acciones de barra y, a pesar de que la música folkórica estaba a todo trapo, el sonido de sus quehaceres nos angustiaba cada vez más. Sí, a mí también. Una extraña empatía hacia Poirot el engabardinado se había apoderado de mí. Quería saber quién era ese hombre, cuáles eran las taras de aquel ser, su trabajo, sus aficiones, sus amantes. Eran las 2 y 10 de la madrugada.

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